De pequeña pasaba por aquella calle cada tarde cuando iba a casa desde la escuela, y siempre, lloviera o hiciera calor, estaba Margarita sentada en su silla de enea, ofreciendo un caramelo a cada persona que veía pasar.
Yo todos los días aceptaba el caramelo. Le daba un beso, y ella a mi un abrazo. Su olor a coco me hacía sentir bien.
Falleció hace mucho tiempo, pero cada vez que tengo un caramelo en la mano recuerdo el olor de Margarita y me pregunto: ¿la hacía feliz con ese beso?
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